Infinite

Una de generaciones que lloran mucho


Tan bonito y limpio el ensayo de Meredith Haaf sobre la Generación Perdida. Supongo, no me lo he leído. Estoy de generaciones (literarias y demográficas) hasta el mismísimo.

Tampoco creo que vaya a léermelo. Las reseñas son suficientes para entender que la chica de Múnich va a contarme otra milonga, la misma realidad edulcorada que sale en los medios españoles, entre las líneas de opinadores que son muy felices porque, claro, escriben porque les pagan o algo parecido.


Son las cosas contradictorias de la vida: a Siddharta me gustaría verlo en la cola del Mercadona, a ver qué hace. Con la señora maleducada que nada más lleva sus yogures desnatados y se cuela sin pedir permiso, empujón-pisotón incluídos, o el borracho residente que dice incoherencias mientras compra la enésima litrona diaria. Ahí, puro morbo. A ver qué haces, Gautama. O en la mesa de empleo, cuando te miran mal porque no cumples los requisitos mínimos de estar bajo un puente, pero no tienes derecho a NADA de nada tampoco, a pesar de los dos años seguidos (731 días, porque uno era bisiesto) currando los sábados y hasta domingos, sin vacaciones. Dónde te metes el Nirvana ahí, so listo. Que eres un listo. A ver si mantienes la calma ahí.

Ni siquiera sé qué generación asumir, porque el 79 es como un mal año. Ni de los 70 exactamente. Ni de los 80, tampoco. Ahí, enmedio, apáñatelas. Bla, bla, bla. Lloriquea o sácate los mocos. Eres infeliz porque te da la gana, inútil, te puedes descargar en 10 minutos más de 30 libracos en tu kindle que llevan en el título "Cómo ser feliz" o traducido "Si eres infeliz, eres un elemento subversivo antisocial, escóndete y disimula".

Por eso es que estimo sinceramente la entrada voluntaria de Cristina Fallarás en círculos, perdón, circos mediáticos, para hablar de lo suyo. Con más motivo, por la parte que me toca de periodista en paro, que también he sufrido. Ella, al menos, tiene un nombre, contactos, llegó a algún sitio (subdirectora de un periódico, articulista en otros tantos, publicación de libros, premios literarios, biografía en Wikipedia) antes de la debacle. A mí, como a otros miles de compañeros, joven periodista rasa de infantería, no me dio tiempo a llegar a ningún sitio antes de. No hubo oportunidades ni concesiones. Pues mala suerte, chata, hay quien sí lo ha conseguido, dirán. Ya, claro. Mala suerte. El sistema funciona perfectamente y es bastante cabal, soy yo la que he tenido un azar malo. He estado en una esquina lloriqueando, esperando que las cosas vinieran solas, sin hacer nada porque no entiendo el valor del esfuerzo. Sí, sí. Ni-ni. Eso.

Lejos de resignarse, se pasa a la acción con un cambio de paradigma. Hasta que te chocas con la mentalidad de los abuelos, esa especie de clasismo intelectual por tener estudios. Porque el mundo no se ha parado, todo funciona igual, las colas siguen siendo kilométricas para conseguir el nuevo iPhone, y hay que mantener cada mito en su sitio. Nos cuentan tonterías vomitivas como está: De periodista a camarero. ¿Qué quiere decir este artículo? ¿Que el hombre tenía poder y lo perdió? ¿Que ganaba (pobrecito) sueldos de 5 cifras y ahora de 3? ¿Que es malo ser camarero?

Digo esto del paradigma porque aún hoy gente muy contaminada sigue manteniéndolo en pie, sin ningún sentido. He tenido que rendirme a la resignación, y de ahí casi a la indefensión aprendida ante cosas incomprensibles. Hace una temporada necesitaba trabajo desesperadamente, como todos, y casi tenía en mis manos ser dependienta para una prestigiosa marca. Que daba el perfil comercial y todo eso. Con contrato laboral. Un sueldazo de 4 cifras (1.000 y poco) que era una maravilla, porque de periodista no he pasado de los 800 nunca. Pero mire, qué mala suerte, que entre las miles de versiones enviadas y falseadas de los curriculums (es decir, aquellas en que solo aparecía la educación secundaria obligatoria + experiencia comercial, sin experiencia en medios, master, cursillos de especialización ni licenciatura) fue a parar al de recursos humanos uno que sí apuntaba el nivel de estudios real.

A pesar de las noticias constantes de EREs en los medios, de cierres de periódicos y crisis del sector, el tipo estaba empeñado en que saldría algo espectacular de lo mío y no quería contratar a alguien que al poco tiempo se marchara.

Hace un año podría haber tenido un sueldo constante todos los meses y no estar mendigando, trabajos de horas sueltas hasta alcanzar, por los pelos, 300 euros/mes.

El desglose crítico de Haaf tendría que ir más allá. Sí, de acuerdo, entonces pertenezco a esa generación que ha crecido "con un nivel educativo y una seguridad económica que les ha convertido en personas con una capacidad de exigencia material y estética que no van a poder satisfacer en el futuro". Y que, con la crisis, ni siquiera podremos conservar el poder adquisitivo ni la calidad de vida de nuestros padres. Pero de ese burro ya nos bajamos, muchos, hace tiempo. No lloriqueamos. La cara aplastada contra muros insalvables no deja espacio a las lágrimas. ¿Dónde están las soluciones?


Soluciones de urgencia 

Pero sí, qué superficiales e inmaduros somos en la generación perdida, qué gilipollas y qué mal nos han educado para pensar que estamos en el primer mundo. Para ser personas intrínsecas, es decir, lo mío por ejemplo es el rollo creativo, escribir hasta que sangren los dedos y después, seguir escribiendo.

Ay, pero mientras que puedas hacerlo, búscate otro medio de vida e ingresos.

Veinte años esperando.

Con la aceleración tecnológica, ahora una jauría ávida de atenciones le ha colocado portada a sus mierdas y las vende por Amazon con todo descaro. Hace un año pensé en hacer lo mismo, coger todas mis mierdas, empaquetarlas en porciones (daba para 9) y plantarlo en Amazon. Por supuesto, también nos bombardean con esa fábula del éxito, el boca a oído, los eBooks millonarios cuyos autores acaban fichados por una editorial grande.

Pero ni de lejos era esa esperanza, sino pura supervivencia y arrastrarse por el fango. Quizás siendo plasta, vía autobombo, conseguir rascar unos 40 eurillos y solucionaba algún mes la factura del agua. Y poco más. Y luego qué. Hacia dónde. No, así no.

Aunque me arrepienta en ocasiones y lloriquee de vez en cuando por el blog, ha sido más correcta la decisión de enviar el listado a la basura para empezar desde cero. (aquí) Esa es la única banalidad superficial por la que voy a seguir lloriqueando, Haaf, lo siento bonita, aún cuando deba volver a la venta a puerta fría o a servir cafés.

Aunque, a veces, la adrenalina me hincha las venas del cuello. Sobre todo, sentada en el ordenador de este trabajo (un parche hasta enero) en el que lleno de contenidos un diario digital. Acabará pronto, y volveré a solo tener la opción de este blog. La adrenalina se agolpa cuando leo, por un lado, que todos los días hay un nuevo caso de personas que escondían cantidades de 6 y 7 cifras bajo el colchón o en Suiza. Y por otro, las paridas de toda esa caterva de intelectuales-críticos-escritores-opinadores públicos españoles, que siguen azucarando la realidad (a excepción de hechos luctuosos y noticiables, como los suicidios) pero el resto del tiempo es como si no pasara nada, de nada.

Y así está bien. No es estético llorar, disimulemos.


2 comentarios

  1. ¿No pasa? Sí pasa, pasa todo: un sistema políticosocial fracasado, un sistema educativo pésimo, una Universidad saturada de futuros licenciados sin futuro, el desencanto general, el arte devaluado (muchas mierdas creativas entre poco talento e innovación, que tal vez emana del desprecio por lo clásico, craso error, por cierto, de las nuevas generaciones)...
    Conclusión: convulsionamos, y toda convulsión social se cobra su generación: las posguerras, los nuevos regimenes tras una revolución, la estanflación de las recesiones brutales económicas, todo eso se cobra víctimas. Os ha tocado, así de agrio, sin edulcorantes, sin paños calientes. ¿Qué os queda? ¿Llorar? No, mejor caguémonos en su puta madre!! Ninguna cosa arregalará nada, pero con lo segundo se queda uno de un a gusto...

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