Voy a llarmarla Rosa. Tiene 37 años. Una hija de 5 años y el pequeño, de 10 meses, que se desplaza arrastrando el culo por el suelo mientras canta gorgoritos.
Otros que ya no lo podrán disfrutar, como la abuela.
¿Falleció?
Con 52 años. Se suicidió por la crisis. ¿Te acuerdas de la abuela? le dice a la mayor.
Cuéntame, por favor.
Empresas con nombre y apellidos. Trabajadores abnegados de toda la vida. Reajustes y despidos. Y por qué pagar las indemnizaciones tan elevadas de tantos años, aunque existan mil Estatutos donde se reflejen estos derechos: inventemos cosas.
Empresas amigas de los jueces, o jueces que admiten las estrategias de los empresarios. La trampa es legal, no hay manera de demostrar que la abuela trabajó bien y mucho, toda su vida. Ni la indemnización justa, ni la jubilación adecuada, ni nada.
La situación se tuerce, una hermana de Rosa también acaba en el paro, y Rosa con su embarazo de 5 meses del pequeño, y las cosas empiezan a ir en picado.
La abuela, con 52 años, no quiere ser una carga porque la crisis va a seguir. Utiliza el método de Foster Wallace para liberar a su familia, porque sabe que su caso es insignificante y nadie ayudará.
Y entonces sí. Entonces permitidme que observe a mi coordinador con esa mirada que se me pone. Un tipo que sigue utilizando unas técnicas ya absurdas de psicología del miedo y trabajo esclavista, más propias del siglo XIX. Que en Rosa ve nada más otro número para rellenar una solicitud y no a una persona. Que ve en mí otro cacho de carne con ojos, capaz de convencer a otros números para que rellenen otras solicitudes.
Ese tipo, que se considera buen líder humano. No puedo mirarlo de otra manera.
Asco.
Ese tipo, que se considera buen líder humano. No puedo mirarlo de otra manera.
Asco.
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