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Mostrando entradas con la etiqueta La vida. Mostrar todas las entradas
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Desmadejando los hilos rojos y 20 coronas checas

Los ilusos, como nosotros, pensamos que el simple hecho de escribir un montón de entradas sobre un cambio de vida o decirlo en voz alta provocará que las circunstancias sean diferentes de un día para otro. Porque sí, lo harán ellas solas. Igual que cuando decides dejar de fumar y esperas que, por ciencia infusa, tu cuerpo abandone la intoxicación adictiva sin protestar y no interfiera en el proceso y todo sea sencillo. Eso no ocurre salvo contadísimas excepciones (como que se te quite el mono de nicotina porque tus pulmones deciden una bronquitis y basta ya).

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Burbuja: Un entrenamiento para cambiar de vida (III)

Un día especialmente duro en la batalla sangrienta de ideas opuestas. No en vano tengo un remolino en la frente y otro en la coronilla; cuando se sincronizan, son un tornado categoría EF5.
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El resto puede estar equivocado: Un entrenamiento para cambiar de vida (II)

Esto va así: en la primera relectura del día para continuar la corrección, una de las metáforas resulta simplemente genial, o mejora respecto a la jornada anterior -hoy hace sol y ayer llovía-. La terrorífica estampa del Ánima Sola, que con precaución anticipatoria inserté en el booktrailer, es hoy un símbolo redondo. Cómo no se me había ocurrido años antes, en vez de buscar por mitologías exóticas, sin éxito.
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No me vendas humo: Un entrenamiento para cambiar de vida (I)

Quedan 101 euros en mi cuenta para el resto del mes -y esto pasa el 11 de febrero-, después incluso de un ingreso de 10 euros (hay que estar loco) por la venta anticipada de mi próximo libro (reloco) de alguien que pasaba por aquí y ha decidido sumarse como nuevo lector del coño de la Bernarda (loquísimo). Aparece en la televisión, apenas dos minutos, un vendehumos tatuado que responde al nombre de Josef Ajram, conocido por argumentos con la profundidad de un charco pero estandarte de una actitud exterior que alcanza la fosa de las Marianas, nivelando el engaño general.
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El día en que descubrí que soy pobre _ La sociedad del Mundo Feliz

El día en que descubrí que soy totalmente pobre no estaba haciendo nada especial. Mi cabeza, de hecho, se relajaba en la falta de concentración durante una pausa de estudio. Descanso permitido para comer algo en el salón, frente a la tele. Con el mando a distancia salto de un número a otro, de un canal a otro, increíble desgana. Hasta la palabra zapping ha pasado de moda. Y no voy a mentir, ya no es habitual estar ahí sentada, mirando nada elegido que puedas poner en pausa o revisionar, ni nada elegido minuto a minuto. Veo más internet que televisión.

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Cuando todos son iguales menos tú, tú eres el raro, el peligro al que hay que eliminar

Si hubiera leído con más atención a Zygmunt Bauman antes de que se muriera, no habría caído en la trampa de estos espejismos que me han costado caro. Como un entorno de indiscriminados follows por las redes sociales, que amortiguan la Soledad de tantas décadas viviendo entre congéneres de altas posibilidades económicas, pero sin interés por desarrollar ni su cerebro ni las artes, mucho menos la Escritura. 

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Qué es lo importante

Enfrentar lo mítico es un ejercicio de heroicidad. Hay que tenerlos bien puestos porque habrá cosas incómodas, irrealidades que se pensaron firmes y pueden explotar en un segundo si nunca fueron así como las cuentan.

Vale para la realidad histórica, para la historia personal o incluso para autores u obras literarias clásicas, simple desvergüenza parvularia cuando se les hinca el diente. Sólo nombre.
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El rumor del viento


Nunca deja de sorprenderme esta naturaleza.

Un enorme cuervo, con sus familiares puntas de alas como dedos, atraviesa a media altura la carretera. Izquierda a derecha. Sigo su vuelo y justo ahí se abre una salida, cambiando la nacional de asfalto por un camino salvaje.

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Al final o al principio de la línea

Funesto es el adjetivo que preside el lluvioso día de entrada. Funesto, con esa luz cegadora de color hueso de muerto. Cuando llueve hace menos frío aquí, nos alejamos de los cero grados de la madrugada. Este blanco espectral suma irrealidades a la convención de un nuevo año, porque el calendario (la Tierra, el camino del Sol por la galaxia) no se ha detenido un segundo: atentados en Estambul, una mujer fallece al caerse por una ventana y se investiga a su expareja con orden de alejamiento que, sin embargo, estaba demasiado cerca. Las luces de feria de los horrores siguen en la tienda, tal y como las dejé el año pasado. 

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El Principio

Exhaustos llegamos al post número 30, al intento de post número 30 para que sea redondo el fin de año. Son las 20 horas. Por fin en casa después de un horroroso día de esclavitud entre pasillos de la tienda. Fuera 3º C. Las estufas y el ordenador en marcha. El horno también está prendido. Quiero completar unos últimos párrafos para exorcizar este cansancio, para olvidarme de la amargura del día.

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Hiperrealidad

A las 10 y 10 de la noche cruzo el pasillo de la zona de vestuarios con pies firmes. La sala de personal -cocina equipada, máquinas de café y chucherías- también tiene una tv (mediana-grande, como la de mi casa) que se ve desde el pasillo. Sigue encendida a un volumen moderado. Dos presentadoras en pantalla, una en estudio y otra con fondo de calle, la frase al vuelo última hora desde Berlín. 

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La era del selfie

Mucho antes de que se expandiera el concepto de 'selfie', ya me hacía autofotos de manera muy compulsiva por motivos estéticos y emocionales. Costumbre que he mantenido con la evolución de mis medios técnicos -no sé cuántos megapíxeles en el móvil- y a pesar del tránsito a la generación selfie. No comparto, de todas formas, ni un 2% de la galería que atesoro. Ocasiones puntuales, como la fiebre reciente en mi Instagram que podéis ver ahí al lado en la columna, versión web del blog.

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Funestos escrotos de miles de euros

Anoto, para la posteridad, este sentimiento nuevo que provoca el fallo en mi teclado de conexión USB con cable. No hace nada cuando enciendo el ordenador de sobremesa. No responde. Nada. Pruebo con un segundo teclado de conexión USB, inalámbrico ahora, que tengo por casa. Tampoco. El primero otra vez, mientras uso el atajo de teclado en pantalla, pongo la contraseña señalando una a una las letras con el ratón y abro el antivirus, por si acaso.

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Hoy hace falta Fe

"Este es un libro de fe. Quizá también un grimorio para invocar a seres espectrales. Pero, por encima de todo, es un libro de fe en la Literatura y en el Arte de la Escritura. Un Tratado personal, llamémoslo Ars Scriptorum, mi libro prohibido de formación."

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3 de junio - Reconexión

El 3 de junio, que fue exactamente ayer, soy secuestrada por el potencial absurdo de no completar esta entrada, blogger no carga correctamente, y ni un comentario me da tiempo para otra fecha digna de un TT en Twitter, la muerte de Kafka (92 años atrás). No se me olvida pero no me gusta, prefiero el 3 de julio (133 cumpleaños).
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El cisne postmoderno y el adoctrinamiento social [II]

Pero un día se acerca un pato viejo muy enfadado. Interpela al cisne, qué coño haces. ¿Perdón? responde. Que te he visto el cuello, tú no eres un pato, qué haces. El cisne se asusta primero. Después ve su reflejo sobre el agua y queda en shock. Es cierto, es cierto, hay un cuello demasiado largo. Retorcido, pero diferente. Intenta estirarlo pero le cuesta, por la forzada postura durante tanto tiempo. Prueba a dejar el cuello en una posición que le resulta más familiar. También decide probar en el agua, dejarse flotar libremente y entonces no se parece en nada a un pato: cruza sobre el estanque como si fuera aire, no es un pato. Y entonces llega la confusión. El viejo se da cuenta y parece que no le gustan los cisnes. Desaparecen las migas de pan, ese pato es demasiado grande. [II]
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El cisne postmoderno y el adoctrinamiento social [I]

Enhorabuena. Si estás leyendo estas líneas es que eres un cisne postmoderno, tienes tiempo para deglutir párrafos y después pasar a otros, después a otros... Enhorabuena, te felicito. En los últimos años se me ha olvidado por completo que yo también era un cisne.

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Recuperar mi vida


La primera vez que hablé con una editora de carne y hueso (en 2013) pensé que me estaba vacilando. Seis meses, dijo, para terminar la novela. En esa actividad de festival literario le había presentado las primeras 20 páginas, resumen del argumento con la estructura de todos los capítulos y longitud estimada para el texto completo. Seis meses. ¿Los autores publicados escriben tan poco? pregunté con burla.

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Algo estamos haciendo ¿mal?, Rubius


Como individuo pertenezco a la que he llamado generación bisagra, donde sólo estamos mi gata y yo, según parece. Estoy inmersa en los usos, costumbres y tendencias estas modernitas, gracias a la difusión por internet que me convierte en una esponja, al mismo tiempo que, por edad física, pertenezco a la generación posterior. 

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Los 10 temas de los que nunca hablan los escritores pero siempre los cuento (y por eso me va tan mal)


Cada vez que Gabriella Campbell escribe un post, el efecto que provoca en mi cerebro es el mismo: los ojos del revés de puro gusto, floto libre como Heidi celebrando que Clarita consiguió levantarse de su silla de ruedas y, además, reciben la visita de la abuela del Titanic (sí, ahí en la montaña) que trae pastas para la merienda y viene acompañada de Simba el Rey León a un lado y la madre también resucitada de Bambi, al otro. El abuelito está con Niebla en el veterinario. Pedro no sé dónde está. La escena tiene un toque de filtro de Instagram con purpurina, cruza una mariposa, suenan violines y... y...
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