Desarrollo un estudio de campo en el que recopilaré datos durante la jornada de 8 horas, con papel y bolígrafo negro, para su posterior análisis. Se procederá a un registro cuantitativo no sólo de los productos de mi marca, sino también de cualquier otro artefacto por el que se decantan los clientes (indecisos, sólo miraban, no sabían cuál llevarse o si llevar alguno) gracias al gasto de saliva consciente, esto es, charla informativa de entre 10-20 minutos. Ampliable a una interacción de 30 minutos, en la que se incluye el desplazamiento hasta la pantalla del ordenador, consulta del stock, ir al almacén planta primera o sótano para encontrar la caja del producto y llevársela a quien la solicitaba.
En la mesa del fondo /Resumen 2015/
miércoles, 16 de diciembre de 2015
Una neblina tenue, de profundo olor marino, rodea la calle mientras hago la foto que he descubierto por culpa de este semáforo en rojo. Contrastan las luces doradas con las más blancas del segundo piso, donde también hay mesas, el mismo café, cuelgan exposiciones y se desenvuelven recitales de poesía.
Los horrores del Black Friday
miércoles, 2 de diciembre de 2015Banksy |
El año pasado participé de manera involuntaria en esta ya instaurada tradición cultural española de rebajas comerciales sin ser periodo de rebajas, un adelanto de la glotonería navideña, también conocido como Black Friday. Entré en la jungla de individuos ansiosos porque necesitaba, necesitaba de verdad por el trabajo a la interperie como captadora en pleno invierno, una buena chaqueta para el frío y un par de botas que resistieran la lluvia. Y llamó mi atención, en las tiendas de ropa, tanto cartel de rebajas sólo por un día.
M
jueves, 26 de noviembre de 2015No llames pereza a la incapacidad para empezar. Llámalo miedo.
Miedo es el verdadero nombre de lo que aflige al artista bloqueado. Puede ser miedo al fracaso o miedo al éxito. Lo más frecuente es que sea miedo al abandono. Este miedo hunde sus raíces en la realidad infantil. La mayoría de los artistas bloqueados intentaron convertirse en artistas en contra de los mejores deseos de sus padres, o bien en contra del juicio de sus padres. Para un niño esto supone un gran conflicto. Enfrentarte abiertamente a los valores de tus padres significa que será mejor que sepas lo que te haces. Si tanto daño vas a hacer a tus padres, será mejor que seas un gran artista...
Los padres se muestran dolidos cuando sus hijos se rebelan y, normalmente, declararse artista es visto por ellos como un acto de rebelión. Por desgracia, esa visión de que la vida de un artista es una mera rebelión adolescente suele permanecer, provocando que cuaqluier actividad artística acarree el riesgo de separación y pérdida de los seres queridos. Como los artistas siguen anhelando sus objetivos creativos, se sienten culpables. Esta culpa exige que se marquen como objetivo inmediato el ser grandes artistas, para así justificar esa rebelión.
Bailoteo existencial (4)
viernes, 20 de noviembre de 2015
Es otro noviembre precioso y raro. Otra vez.
No tengo un post "bailoteo existencial 3" porque estaba tan ocupada escribiendo 1.666 palabras diarias que no me acordé de la tradición. Pero fue.
Si este me he acordado ha sido por acumulación de datos y dos días con dos canciones concretas, totalmente opuestas. Por despertar con el alba y sentir las notas de una de ellas atravesando mi media conciencia (¿dejé puesta la lista de reproducción?) y esa espera adormilada mientras sube el café. Por el desarrollo de otro artículo que se va desinflando, se enquista, acaba por ser una idiotez que suena a blablabla, pfú pfú, ja, ja, al ritmo de la segunda. Cómo resumir que los convencionalismos sociales casi me destrozan, al cabo, por tragarlos a la fuerza en contra de mi propio ser y casi transformarme en una rana hervida del todo.
Si este me he acordado ha sido por acumulación de datos y dos días con dos canciones concretas, totalmente opuestas. Por despertar con el alba y sentir las notas de una de ellas atravesando mi media conciencia (¿dejé puesta la lista de reproducción?) y esa espera adormilada mientras sube el café. Por el desarrollo de otro artículo que se va desinflando, se enquista, acaba por ser una idiotez que suena a blablabla, pfú pfú, ja, ja, al ritmo de la segunda. Cómo resumir que los convencionalismos sociales casi me destrozan, al cabo, por tragarlos a la fuerza en contra de mi propio ser y casi transformarme en una rana hervida del todo.
Las 6.30 a.m. y aquí, relatando
sábado, 14 de noviembre de 2015
Los períodos de reposo forzado nunca han sido lo mío. Por eso me vine abajo al tercer día. Si al tercer día es tiempo legendario de resurrección, al tercer día mío fui consciente de la disolución. El cuarto sería igual, y aún más, estaba reflexionando todo esto durante el quinto día. Sin darme cuenta, pasó la semana. Me eché a perder, sin retorno. La costumbre se había asentado, repentina, como si desde el principio de los tiempos hubiera sido lo más normal de mi conducta; tan familiar era la sensación que producía en todas las células. Así de absurdo: si te levantas un día y en el espejo eres de un tono de piel mucho más oscuro y lo asumes: sí, siempre he sido negro, no hay nada extraño aquí, por qué tendría que gritar horrorizado. Así de absurda era mi situación ante la inmovilidad. Ayudó mucho la somnolencia que rodeó las cosas como una tela de araña: empecé a no distinguir la semi-inconsciencia de las horas firmes, los minutos despiertos, el sentido claro al reloj. Una especie de neblina que me ocultaba todo, como si fuera un sueño. Esa somnolencia fue producto o fue la causa (no podría distinguirlo) de que aceptara mi nueva situación como si fuera antigua, como si en mi naturaleza no hubiera existido jamás el movimiento ni la prisa, la vitalidad ni las ganas de moverse a la velocidad más alta. Acepté que era un ser inactivo como si nunca me hubiera interesado el mundo, sólo porque me obligaban a estar encerrado en casa, sin la posibilidad de dar el mínimo paseo hasta la puerta y traspasarla.
P de periodista, poeta, psicóloga, punki y el Paraíso no-perdido de la infancia. Títulos que ni Patricio Pron, oiga
miércoles, 11 de noviembre de 2015
Perdona si el juego consonántico te hace creer que hablo entre líneas de algún político nauseabundo. Es una broma interna con las ocupaciones, en verano todavía argumentaba (bajo el auspicio de una visión Bolonia y mecanicista) que podría matricularme de algo así como "peluquera" para poder abrir un negocio.
También es una gracieta desde que cambié la montura de las gafas, algo que ocurre con un intervalo de muchos años; como siempre, costó 40 minutos agónicos probar toda la óptica sobre mi nariz, los modelos quedaban excesivamente anchos para mi rostro delgado, hasta las monturas de niños, horribles. Sin pensarlo mucho me llevé el primer y único modelo de la tienda que no quedaba del todo mal y que podría aguantar los cristales de 10 dioptrías. Sólo dos semanas después (¡dos semanas! pero qué...) me di cuenta de la P en relieve que adorna las patillas, quizá porque la "marca" era el Police discreto en una esquina de la caja.
P de periodista, bueno. P de poeta, vale. P de lo que os estáis imaginando, mal pensados. Qué más da, las gafas son igual de vergonzantes.
Perdona si te hablo de mí. Este es uno de los posts más auténticos, con diferencia, de los últimos años. Va de tripas y cosas. Más tripas y cosas que nunca antes, porque he conseguido ponerlas en orden gracias a una decisión tomada de un día para otro; igual que cuando cambié a estudiar Periodismo, ahora me he apuntado a estudiar otra futura profesión, que sí, con las gafas a juego: psicóloga.
Esta sensación tan familiar de nariz enterrada entre los libros ha levantado un huracán analítico que no esperaba. Y superpuesto al tema semanal: que si ahora la moda es ser escritor, todos escriben, sobran escritores, etc. Comentario-reflexión que he leido en las letras de varios. Y el eco punzante cuando se trata ese tema. ¿Realmente soy eso? ¿Qué hacía antes de serlo? ¿Y si le estoy dando más importancia de la que tiene en realidad? Y entonces, he hecho un descubrimiento sorprendente, con la otra temática de la que he estado absorbiendo material esta semana: el supuesto paraíso de la infancia, un lugar común (en filosofía, en literatura) que jamás he entendido, capaz de darme tal inflamación en las meninges como para ir a urgencias.
En la infancia hacía lo mismo que hago ahora. Pensaba lo mismo que ahora. Cambia sólo el número de horas de vuelo. Quizá ahí esta la clave de todo y las cosas van mal desde el principio.
En esa infancia mis actividades se centraban en unas pocas cosas: bailar, siguiendo las clases de danza de aquella famosa serie de televisión y aprendiendo los nombres en francés de los pasos; dibujar, de manera independiente, horas copiando lo que veía para aprender por mi cuenta el trazo de los grandes pintores; componer canciones, con un piano cutre a pilas y a veces con letra para la voz; estudiar lo que mandaban en el colegio, un auténtico placer; leer, tanto para mí (en silencio) como en voz alta. Pasaba horas con una grabadora de casete, en mi programa de radio inventado, poniendo voces a los cuentos. Audiolibros, lo llaman ahora. Me daba mucho asco cómo leían mis compañeros de clase, a trompicones, como marcianos. ¿No se daban cuenta de que así no se habla? ¿No entendían lo que leían o qué?
Después vinieron las hormonas, después vino la mayoría de edad legal. Y después, nada.
Todas esas actividades de esfuerzo y trabajo han evolucionado el resto de la vida hasta hoy. Siempre han estado ahí.
- Bailar: di varios cursos de Ballet clásico, danza contemporánea, etc. "Salir de marcha" siempre ha sido ir a bailar como una loca, cuando para el resto era drogarse con todo tipo de cosas o ligar.
- Dibujo: tuve la asignatura de dibujo artístico, me compré láminas para aprender, estuve una temporada investigando con lápices pastel, otra temporada con el carboncillo, otro año me dio por el óleo. Un verano lo dediqué a hacer copias de bonitos murales egipcios.
- Música: me regalaron un decente piano electrónico de la marca Yamaha. Aprendí a tocar la guitarra, hice pinitos con amigos de grupos musicales, fui a un par de cástings de cantante solista, después he descubierto maravillosos programas compositores que sacian mi ritmo ahora que no dispongo de piano o de guitarra física.
- Estudiar: bueno, terminé la carrera.
- Leer: por supuesto, la variante de "hacerlo en voz alta" se derivó al teatro y los escenarios, al doblaje profesional de cine y presentadora en radio y televisión, años después.
Sobre los planteamientos filosóficos, lo mismo que pensaba de la raza humana en general, con 5 años, es lo que pienso ahora; cambia que tengo anécdotas directas y, en la infancia, algunas sólo eran teorías o constructos hipotéticos de uso. La misma consciencia. No llegó con la madurez (que no sé a que edad ocurre) sino que ya estaba ahí desde el principio. El paraíso de la infancia es sólo vuestro mito.
En este listado, sin embargo, hay un olvido flagrante. Tú lo sabes, yo lo sé. Puedo explicar qué hacía antes de engancharme al tabaco, cómo era mi vida, pero es difícil explicar cómo y por qué empezó lo de la escritura.
Fue culpa de la Primera Comunión, quizá. Estudié de verdad en los cursillos preparatorios de la catequesis: las religiones estaban por todas partes en el mundo, a mí me había tocado el cristianismo católico, así que decidí aprenderlo. El resto de compañeros durante aquel curso lo hacían porque sí, porque sus padres lo habían dicho, sin tener ningún interés especial ni la más remota idea de lo que hacían.
Entre los regalitos con los que me obsequiaron por ir vestida de mini-novia y el cuerpo de Cristo consagrado en el estómago abundó un tipo de cuadernos de tapas nacaradas y la palabra Diario.
Nunca se me habría ocurrido una narración cotidiana. Terminé los "diarios" de tapas blancas y seguí con todo tipo de libretas. Así hasta hoy.
Ese caldo de cultivo diario se completó con las hormonas y el salto cualitativo de las clases: insoportablemente-aburridas-de la muerte, de repente. Pero. Siempre hay un pero. Coincidió con la profesora de lengua y literatura, que ese año nos puso a hacer ejercicios literarios de verdad. Crear poemas, completar relatos, etcétera. Y con la excusa de esa asignatura y sus deberes, llegó el final de curso sin que hubiera atendido demasiado a ninguna clase; escribía. Disimulaba que atendía, pero estaba escribiendo mis cosas. Ese verano ya me presenté a varios concursos literarios (de adultos). Y los siguientes 9 años escolares, lo mismo. En la universidad ya atendía un poco más (sobre todo porque había que tomar apuntes al vuelo).
En el fondo, era un secreto vergonzoso. Por eso siempre he firmado con seudónimo. Porque más de la mitad de horas de clase, ante la pesadez y lentitud de lo que explicaban, escribía. O anotaba ideas para escribirlas después en casa, una vez terminados los deberes y el estudio.
Los niños con altas capacidades suelen cagarla, antes o después: o bien tienen un comportamiento muy gamberro dentro de la clase y/o acaban suspendiendo todo de manera estrepitosa, hasta gimnasia. Lo raro es sobrevivir al sistema educativo sin que se note, según me dijo el psicólogo orientador cuando ya tenía la mayoría de edad. Artista del disimulo.
¿Cómo te imaginas dentro de 10 años?
Escribiendo, dije.
¿Y dentro de 20?
Escribiendo...
No tomó en serio ese vacío crónico del que le hablaba. Tampoco me dio ninguna pista, al contrario, le restó importancia dando a entender que era lo típico de la adolescencia y que, algún día, se pasa. Tampoco supo explicarme esos estados de creatividad desbordante, a veces tan extremos como para interrumpir cualquier actividad y anotar párrafos que parecían ser dictados por una presencia hasta externa y fantasmagórica, de tan claros. Desde ese momento me convencí de que los psicólogos son una sarta de gilipollas que no sirven para ayudar a nadie.
Ahí está la diferencia. Las otras actividades de creación iban y venían. Alguna avanzó a niveles profesionales, de otras dije que quería dedicarme a eso en el futuro (Ballet). Pero la escritura las sobrepasaba a todas, muy por encima. Y el cómputo de horas con esa actividad ya triplicaba al resto.
Ese vacío crónico se ha mantenido hasta 2013. Cosas de la edad, ya. Un cojón. Es tan simple como que toda mi autoestima, todo mi ser y esencia han estado en conflicto con los usos sociales (y prejuicios) que rodean al trabajo artístico y creativo. Con esa idea de que los artistas disfrutan con lo suyo y, por tanto, es menos trabajo o no es un trabajo real con el que ganarse la vida.
La búsqueda de sentido, además, ha tomado otra vertiente por muchos años. Desde muy temprano percibí que chocaba con puntos clave del cristianismo, su historia y desarrollo, y emprendí una larga búsqueda que me ha llevado a estudiar por Oriente y Occidente. Desde las otras grandes vertientes (aunque por el lado de la cábala y el sufismo), budismo, zen, hasta ramas chamánicas o tradiciones indígenas de todo tipo. He asistido a centenares de rituales de lo más variopinto, algunos inexplicables, otros mejor que el Club de la Comedia por la pandilla de estafadores haciendo el tonto. Muy divertido. He sido iniciada en varias cosas, hasta que por fin he encontrado la definitiva. Ostento el mismo rango que Pablo d'Ors, aunque no sea una religión de Estado o institucionalizada de la misma manera.
Pero lo más gracioso es que más allá de los constructos humanos y de los comerciantes estafadores, hay algo más. Es irónico que muchas personas sean capaces de arruinarse por la necesidad de encontrar algo más y no lo consigan nunca. Y a pesar de encontrarlo y verlo, el vacío crónico de mi experiencia humana ha seguido ahí.
Este blog es un testigo de ese dolor (aquí lo mismo sobre la infancia). Es la corriente subterránea que permea cada una de mis palabras públicas. La amargura, la ironía y acidez, incluso la violencia y la bestialidad camionera que exhibo en las redes sociales, es un producto de lo mismo. Duele tanto material sobre creatividad, ejemplos de escritores, técnicas de escritura, cuando el problema no es hacerlo, sino SERLO. Aunque para eso también hay manuales: que si estrategias de marketing, que si buscar temas de interés para los lectores, que si la industria... todo, menos hacer lo que uno sabe hacer, de la manera propia en que siempre lo ha hecho.
He caído durante mucho tiempo en la presión social de "ganarse la vida", del "trabajo estable", y por eso todavía hoy me sigo cagando en que ninguna editorial me contrata, a pesar de la escapatoria en la autoedición. Porque el hecho de una editorial de prestigio supone que tu trabajo no es una entelequia que haces en tu tiempo libre, sino una demostración de que es un trabajo de verdad. Eso sin contar con el dolor intrínseco de todo escritor, será realmente bueno lo que escribo, no lo será, me va a explotar la cabeza.
Tampoco se me ha ocurrido nunca (hasta 2012, aprox.) que podría haberme encaminado a ser "periodista cultural". Hablar de libros escritos por otros. No sé. Es como si una persona homosexual debiera mantener su condición en secreto, por el entorno, y le ofrecieran trabajar de relaciones públicas en una discoteca de ambiente. Pues va a ser que no.
La pelea conmigo misma ha concluido. Habéis sido testigos de las fluctuaciones agresivas de estos años: era la última batalla, a muerte. Arreglar las cosas o desaparecer. Menos mal que he conseguido arreglarlas. Y un paso más, definitivo, el de esta segunda carrera, para algún día (dentro de cuatro años) ayudar a otros en su proceso de aprendizaje.
Un último apunte: os lo suplico, no me mandéis más enlaces con artículos sobre creatividad y escritura. Ya bastante tengo con lo mío. Gracias.
Fue culpa de la Primera Comunión, quizá. Estudié de verdad en los cursillos preparatorios de la catequesis: las religiones estaban por todas partes en el mundo, a mí me había tocado el cristianismo católico, así que decidí aprenderlo. El resto de compañeros durante aquel curso lo hacían porque sí, porque sus padres lo habían dicho, sin tener ningún interés especial ni la más remota idea de lo que hacían.
Entre los regalitos con los que me obsequiaron por ir vestida de mini-novia y el cuerpo de Cristo consagrado en el estómago abundó un tipo de cuadernos de tapas nacaradas y la palabra Diario.
Nunca se me habría ocurrido una narración cotidiana. Terminé los "diarios" de tapas blancas y seguí con todo tipo de libretas. Así hasta hoy.
Ese caldo de cultivo diario se completó con las hormonas y el salto cualitativo de las clases: insoportablemente-aburridas-de la muerte, de repente. Pero. Siempre hay un pero. Coincidió con la profesora de lengua y literatura, que ese año nos puso a hacer ejercicios literarios de verdad. Crear poemas, completar relatos, etcétera. Y con la excusa de esa asignatura y sus deberes, llegó el final de curso sin que hubiera atendido demasiado a ninguna clase; escribía. Disimulaba que atendía, pero estaba escribiendo mis cosas. Ese verano ya me presenté a varios concursos literarios (de adultos). Y los siguientes 9 años escolares, lo mismo. En la universidad ya atendía un poco más (sobre todo porque había que tomar apuntes al vuelo).
En el fondo, era un secreto vergonzoso. Por eso siempre he firmado con seudónimo. Porque más de la mitad de horas de clase, ante la pesadez y lentitud de lo que explicaban, escribía. O anotaba ideas para escribirlas después en casa, una vez terminados los deberes y el estudio.
Los niños con altas capacidades suelen cagarla, antes o después: o bien tienen un comportamiento muy gamberro dentro de la clase y/o acaban suspendiendo todo de manera estrepitosa, hasta gimnasia. Lo raro es sobrevivir al sistema educativo sin que se note, según me dijo el psicólogo orientador cuando ya tenía la mayoría de edad. Artista del disimulo.
¿Cómo te imaginas dentro de 10 años?
Escribiendo, dije.
¿Y dentro de 20?
Escribiendo...
No tomó en serio ese vacío crónico del que le hablaba. Tampoco me dio ninguna pista, al contrario, le restó importancia dando a entender que era lo típico de la adolescencia y que, algún día, se pasa. Tampoco supo explicarme esos estados de creatividad desbordante, a veces tan extremos como para interrumpir cualquier actividad y anotar párrafos que parecían ser dictados por una presencia hasta externa y fantasmagórica, de tan claros. Desde ese momento me convencí de que los psicólogos son una sarta de gilipollas que no sirven para ayudar a nadie.
Ahí está la diferencia. Las otras actividades de creación iban y venían. Alguna avanzó a niveles profesionales, de otras dije que quería dedicarme a eso en el futuro (Ballet). Pero la escritura las sobrepasaba a todas, muy por encima. Y el cómputo de horas con esa actividad ya triplicaba al resto.
Ese vacío crónico se ha mantenido hasta 2013. Cosas de la edad, ya. Un cojón. Es tan simple como que toda mi autoestima, todo mi ser y esencia han estado en conflicto con los usos sociales (y prejuicios) que rodean al trabajo artístico y creativo. Con esa idea de que los artistas disfrutan con lo suyo y, por tanto, es menos trabajo o no es un trabajo real con el que ganarse la vida.
La búsqueda de sentido, además, ha tomado otra vertiente por muchos años. Desde muy temprano percibí que chocaba con puntos clave del cristianismo, su historia y desarrollo, y emprendí una larga búsqueda que me ha llevado a estudiar por Oriente y Occidente. Desde las otras grandes vertientes (aunque por el lado de la cábala y el sufismo), budismo, zen, hasta ramas chamánicas o tradiciones indígenas de todo tipo. He asistido a centenares de rituales de lo más variopinto, algunos inexplicables, otros mejor que el Club de la Comedia por la pandilla de estafadores haciendo el tonto. Muy divertido. He sido iniciada en varias cosas, hasta que por fin he encontrado la definitiva. Ostento el mismo rango que Pablo d'Ors, aunque no sea una religión de Estado o institucionalizada de la misma manera.
Pero lo más gracioso es que más allá de los constructos humanos y de los comerciantes estafadores, hay algo más. Es irónico que muchas personas sean capaces de arruinarse por la necesidad de encontrar algo más y no lo consigan nunca. Y a pesar de encontrarlo y verlo, el vacío crónico de mi experiencia humana ha seguido ahí.
Este blog es un testigo de ese dolor (aquí lo mismo sobre la infancia). Es la corriente subterránea que permea cada una de mis palabras públicas. La amargura, la ironía y acidez, incluso la violencia y la bestialidad camionera que exhibo en las redes sociales, es un producto de lo mismo. Duele tanto material sobre creatividad, ejemplos de escritores, técnicas de escritura, cuando el problema no es hacerlo, sino SERLO. Aunque para eso también hay manuales: que si estrategias de marketing, que si buscar temas de interés para los lectores, que si la industria... todo, menos hacer lo que uno sabe hacer, de la manera propia en que siempre lo ha hecho.
He caído durante mucho tiempo en la presión social de "ganarse la vida", del "trabajo estable", y por eso todavía hoy me sigo cagando en que ninguna editorial me contrata, a pesar de la escapatoria en la autoedición. Porque el hecho de una editorial de prestigio supone que tu trabajo no es una entelequia que haces en tu tiempo libre, sino una demostración de que es un trabajo de verdad. Eso sin contar con el dolor intrínseco de todo escritor, será realmente bueno lo que escribo, no lo será, me va a explotar la cabeza.
Tampoco se me ha ocurrido nunca (hasta 2012, aprox.) que podría haberme encaminado a ser "periodista cultural". Hablar de libros escritos por otros. No sé. Es como si una persona homosexual debiera mantener su condición en secreto, por el entorno, y le ofrecieran trabajar de relaciones públicas en una discoteca de ambiente. Pues va a ser que no.
La pelea conmigo misma ha concluido. Habéis sido testigos de las fluctuaciones agresivas de estos años: era la última batalla, a muerte. Arreglar las cosas o desaparecer. Menos mal que he conseguido arreglarlas. Y un paso más, definitivo, el de esta segunda carrera, para algún día (dentro de cuatro años) ayudar a otros en su proceso de aprendizaje.
Un último apunte: os lo suplico, no me mandéis más enlaces con artículos sobre creatividad y escritura. Ya bastante tengo con lo mío. Gracias.
El Arte hasta que sangre
viernes, 6 de noviembre de 2015La opinión que las personas tienen de ti es un problema suyo no tuyo. Saber esto es muy importante. Si tenéis buena conciencia y hacéis vuestro trabajo con amor, se os denigrará, se os hará la vida imposible y diez años más tarde os darán dieciocho titulos de doctor honoris causa por ese mismo trabajo.
Elisabeth Kübler-Ross
Hay esperanza absurda en las estrellas
jueves, 8 de octubre de 2015
El reloj marca y 57 y me relamo del gusto por la precisión; hay tiempo de sobra. Tres minutos. Ya estoy preparada al viejo estilo, con todos los sentidos alerta, como si fuera una cita periodística de antaño. Ese tic del reloj suizo, sueco en este caso, la errata que no he corregido todavía en el libro, no sé por qué: mirar el móvil -el reloj- cada 5 segundos, no cada 5 minutos.
Nuestro mundo
miércoles, 30 de septiembre de 2015
Llevo el móvil en la mano pero me da pereza usar el botón de foto. Trotando al ritmo de la música me aproximo a los menhires con la luz preciosa, el cielo sin una nube, verde fosforescente en los pies con alguna margarita salvaje en su sitio correcto.
Tomar el sol, tomar la luna
lunes, 28 de septiembre de 2015
Los grandes eventos astronómicos observables a simple vista son un imán para mi curiosidad. Y esta noche las nubes han desaparecido. Aunque no recordara la cita, en el ventanal más grande de toda la casa sólo hay superluna: frontal, gorda, silenciosa.
El post espectral
sábado, 12 de septiembre de 2015
Hoy (sábado) me he despertado a las 5.55 de la mañana. A las 6 ya estaba sentada en el escritorio. El tiempo justo para calentar un café con leche en el microondas e ir al servicio a mear. Dejé el ordenador encendido la noche anterior. También tengo tabaco.
El niño de la playa y las redes sociales
viernes, 4 de septiembre de 2015
Las redes sociales permiten hoy que cualquier ciudadano sufra los embates de un periodista. Chocar de frente con las pruebas documentales del horror sobre el planeta; acceso a testimonios, a vídeos, a fotografías, al sonido mismo de cómo están las cosas, incluso a la retransmisión en tiempo real. Un periodista tiene que digerir todo eso, por el trabajo de otros compañeros o directamente sus ojos en el sitio, con una digestión que no termina nunca. Porque hay muchas más cosas de las que terminan por salir con difusión máxima.
Noites
lunes, 31 de agosto de 2015Timba poética del Comando Esbardalle |
Ocurrieron cosas.
Siempre ocurren cosas, pero esta vez ocurrió el algo un poco más fuerte. Los duendes correteando a su antojo, la magia de las conjunciones espontáneas, tiene muchos nombres. Cuando en la performance todo encaja sin haberlo ensayado porque se está creando en ese justo momento, aunque traigas los deberes hechos de casa; los músicos, cantantes, bailarines y actores saben de la chispa que hablo.
Siempre ocurren cosas, pero esta vez ocurrió el algo un poco más fuerte. Los duendes correteando a su antojo, la magia de las conjunciones espontáneas, tiene muchos nombres. Cuando en la performance todo encaja sin haberlo ensayado porque se está creando en ese justo momento, aunque traigas los deberes hechos de casa; los músicos, cantantes, bailarines y actores saben de la chispa que hablo.
Lo que siempre has hecho aunque no lo estuvieras haciendo
sábado, 15 de agosto de 2015
El segundo título de este post (escrito, sin embargo, en primer lugar) era algo así como Todo es sobre el poder y el control, o el descontrol, el descontrol con precisión milimétrica que atrapo en esa foto de arriba durante la cuarta ocasión en que sucede; cuatro ya son marabunta, cuatro días en los que sin mediar trastorno alguno del sueño (ni ruidos, ni malas digestiones, ni necesidad obligada, ni un desvelo momentáneo que se arregla con un paseo hasta el baño para después regresar al ronquido) mi cuerpo decidió que las 5.30 de la mañana era buena hora para despertarse.
Quinto aniversario del blog: bienvenidos a la casa de Bernarda
jueves, 30 de julio de 2015
Sabes que vas por el camino correcto cuando los hechos dispersos se agrupan en una metáfora demasiado estructurada, narración sorprendente en sus tantas coincidencias que uno se ríe, hay que reírse, qué se hace si no ante un despliegue que parece guionizado por alguien y un poco a mala leche.
Natural y espectral
viernes, 5 de junio de 2015
Cuando hablo de la muerte me vuelvo luminosa. Es mi terreno natural de movimiento, la sabiduría de la no-existencia, o de la existencia espectral desde el principio; estará relacionado quizá con el mismo origen, pongamos que todavía a los cuatro meses fetales la ciencia decía que yo no estaba ahí y no aparecía en ningún análisis. Pero sí que estaba. Y los primeros pasos, ya vencidos, que fueron otro juego del resistir: la ciencia, de nuevo, dice que no puedo acordarme porque mi cerebro no estaba para almacenar datos, pero el fogonazo en la memoria de la puerta hospitalaria y la gigantesca máquina de rayos X para un ser de un año están ahí, inmutables e incuestionables, con la misma veracidad propia (nunca lo dije; nunca me lo contaron, no es un recuerdo-préstamo) que otras tantas escenas nocturnas de las que he sido única testigo ya con memoria adulta, o que otras tantas escenas, también del principio, que se salen del límite en el que la materia gris guarda detalles. Hasta hace poco pensaba que todas las personas atesoran recuerdos anteriores a los cuatro años de edad.
Resistencia
sábado, 18 de abril de 2015
Un sueño inquieto. Ya no los llamo pesadillas, porque no tengo pesadillas. Observo con lejanía de espectador consciente los sueños inquietos, en los que aparecen carreras, sudores, disparos, cosas inquietantes. Qué hay más inquietante que volver a estar frente a las Puertas, otra vez. Cuando hay Puertas, aparece Jung por alguna parte, de manera irresistible a la llamada.
M de Malherida y más reflexiones que a nadie le importan un carajo
viernes, 20 de marzo de 2015
En la calle empieza al unísono con estas líneas un eclipse solar que tiene este aspecto, es decir, que no se ve un carajo gracias a las nubes. El mismo día que vendrá el equinoccio de primavera 2015 y después una superluna negra. Todo astronomía junta y al unísono, coincidencia histórica, de la que no vuelve hasta dentro de 20 o 30 o 50 años más adelante.
El derrumbe
lunes, 16 de febrero de 2015
Tenía 16 años y tanta energía como para andar por el cementerio y reírme de la cifra mil ocho. 1800. Qué viejos.
Et in Arcadia Hölderlin
martes, 10 de febrero de 2015Les Bergers d’Arcadie (1637-1638) - Nicolas Poussin |
Hölderlin fue cifrado en piedra, en caracteres cirílicos y puntiagudos, esculpido por los canteros que sabían hacer las estanterías para la catedral. En un apartado del bosque, bajo un arbusto de grandes proporciones, escondieron esta piedra grisácea cuajada de inscripciones que nadie entendía y que pronto se olvidaron. En ese momento, Hölderlin no sabía que pasaría a la historia, porque sus contemporáneos ya le decían que no tenía nada que decir en esos momentos; el tiempo juzga de manera desigual, y sobre todo, hay un espacio fuera del tiempo que no se puede controlar en absoluto. Porque el tiempo de Dios es infinito y lo maneja a su antojo, tal como es: una ilusión. El tiempo de Dios es perfecto porque es eterno. La Eternidad es, precisamente, el no-tiempo, no el tiempo para siempre.
Febrero en llamas
lunes, 2 de febrero de 2015
Por si existe Internet dentro de 35 años, tal y como lo conocemos: esto es lo que he soñado hoy. Conste en acta.
A reloj parado
martes, 20 de enero de 2015
Algo de hipnótico tienen los relojes parados, los señores relojes que siempre están en marcha a la vista de la calle y funcionan con exactitud hasta que se detienen, sí, hay un momento de incredulidad y de no-se-sabe-si-de-verdad se ha roto; las agujas mantienen su posición, la hora pasa, el tiempo en el mismo sitio. Se ha estropeado, dictamina el forense.
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